martes, 24 de marzo de 2015

PENSAMIENTOS EN LA HABANA

Porque habito un susurro como un velamen, 

una tierra donde el hielo es una reminiscencia, 
el fuego no puede izar un pájaro y quemarlo 
en una conversación de estilo calmo. 
Aunque ese estilo no me dicte un sollozo 
y un brinco tenue me deje vivir malhumorado, 
no he de reconocer la inútil marcha 
de una máscara flotando donde yo no pueda, 
donde yo no pueda transportar el picapedrero 
o el picaporte a los museos 
donde se empapelan asesinatos 
mientras los visitadores señalan 
la ardilla que con el rabo se ajusta las medias. 

Si un estilo anterior sacude el árbol, 
decide el sollozo de dos cabellos y exclama: 
my soul is not in an ashtray. 
Cualquier recuerdo que sea transportado, 
recibido como una galantina
 de los obesos embajadores de antaño, 
no nos hará vivir como la silla rota 
de la existencia solitaria que anota la marea 
y estornuda en otoño. 
Y el tamaño de una carcajada, 
rota por decir que sus recuerdos están recordados, 
y sus estilos los fragmentos de una serpiente 
que queremos soldar sin preocuparnos 
de la intensidad de sus ojos. 

Si alguien nos recuerda 
que nuestros estilos están ya recordados;
 que por nuestras narices no excogita un aire sutil, 
sino que el Eolo de las fuentes elaboradas 
por las que decidieron que el ser habitase en el hombre, 
sin que ninguno de nosotros dejase caer 
la saliva de una decisión bailable, 
aunque presumimos como las demás 
hombres que nuestras narices lanzan un aire sutil. 
Como sueñan humillarnos, 
repitiendo día y noche con el ritmo de la tortuga 
que oculta el tiempo en su espaldar: 
ustedes no decidieron que el ser habitase en el hombre; 
vuestro Dios es la luna contemplando 
como una balaustrada al ser entrando en el hombre. 
Como quieren humillarnos le decimos 
the chief of the tribe descended the staircase. 

Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos. 
En esas vitrinas alternan el maniquí 
con el quebrantahuesos disecado, 
y todo lo que ha pasado 
por la frente del hastío del búfalo solitario. 
Si no miramos la vitrina, 
charlan de nuestra insuficiente desnudez 
que no vale una estatuilla de Nápoles. 
Si la atravesamos y no rompemos los cristales, 
no subrayan con gracia que nuestro hastío 
puede quebrar el fuego y nos hablan del modelo viviente 
y de la parábola del quebrantahuesos. 

Ellos que cargan con sus maniquíes 
a todos los puertos y que hunden en sus baúles 
un chirriar de vultúridos disecados. 
Ellos no quieren saber que trepamos 
por las raíces húmedas del helecho 
—donde hay dos hombres frente a una mesa; 
a la derecha, la jarra y el pan acariciado—, 
y que aunque mastiquemos su estilo, 
we don't choose our shoes in a show-window. 

El caballo relincha cuando hay un bulto 
que se interpone como un buey de peluche, 
que impide que el río le pegue en el costado 
y se bese con las espuelas 
regaladas por una sonrosada adúltera neoyorquina. 
El caballo no relincha de noche; 
los cristales que exhala por su nariz, 
una escarcha tibia, de papel; 
la digestión de las espuelas 
después de recorrer sus músculos encristalados 
por un sudor de sartén. 
El buey de peluche y el caballo oyen el violín, 
pero el fruto no cae reventado en su lomo 
frotado con un almíbar que no es nunca el alquitrán. 
El caballo resbala por el musgo 
donde hay una mesa que exhibe las espuelas, 
pero la oreja erizada de la bestia no descifra. 

La calma con música traspiés 
y ebrios caballos de circo enrevesados, 
donde la aguja muerde porque no hay un leopardo 
y la crecida del acordeón elabora una malla de tafetán gastado. 
Aunque el hombre no salte, suenan bultos divididos 
en cada estación indivisible, 
porque el violín salta como un ojo. 
Las inmóviles jarras remueven un eco cartilaginoso: 
el vientre azul del pastor se muestra en una bandeja de ostiones. 
En ese eco del hueso y de la carne, 
brotan unos bufidos cubiertos por un disfraz de telaraña, 
para el deleite al que se le abre una boca, 
como la flauta de bambú elaborada por los garzones pedigüeños. 

Piden una cóncava oscuridad donde dormir, 
rajando insensibles el estilo del vientre de su madre. 
Pero mientras afilan un suspiro de telaraña 
dentro de una jarra de mano en mano, 
el rasguño en la tiorba no descifra. 
Indicaba unas molduras 
que mi carne prefiere a las almendras. 
Unas molduras ricas y agujereadas 
por la mano que las envuelve 
y le riega los insectos que la han de acompañar. 
Y esa espera, esperada en la madera 
por su absorción que no detiene al jinete, 
mientras no unas máscaras, 
los hachazos que no llegan a las molduras, 
que no esperan como un hacha, 
o una máscara, sino como el hombre 
que espera en una casa de hojas. 
Pero al trazar las grietas de la moldura 
y al perejil y al canario haciendo gloria, 
l'etranger nous demande le garçon maudit. 

El mismo almizclero conocía la entrada, 
el hilo de tres secretos se continuaba 
hasta llegar a la terraza 
sin ver el incendio del palacio grotesco. 
¿Una puerta se derrumba porque el ebrio 
sin las botas puestas le abandona su sueño? 
Un sudor fangoso caía de los fustes 
y las columnas se deshacían en un suspiro 
que rodaba sus piedras hasta el arroyo. 
Las azoteas y las barcazas resguardan el líquido calmo 
y el aire escogido; 
las azoteas amigas de los trompos 
y las barcazas que anclan en un monte truncado, 
ruedan confundidas por una galantería disecada 
que sorprende a la hilandería y al reverso del ojo 
enmascarados tiritando juntos. 
Pensar que unos ballesteros disparan a una urna cineraria 
y que de la urna saltan unos pálidos cantando,
porque nuestros recuerdos están ya recordados 
y rumiamos con una dignidad muy atolondrada 
unas molduras salidas de la siesta picoteada del cazador. 

Para saber si la canción es nuestra o de la noche, 
quieren darnos un hacha elaborada en las fuentes de Eolo. 
Quieren que saltemos de esa urna 
y quieren también vernos desnudos. 
Quieren que esa muerte que nos han regalado 
sea la fuente de nuestro nacimiento, 
y que nuestro oscuro tejer y deshacerse 
esté recordado por el hilo de la pretendida. 
Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria 
y que la primera flauta se hizo de una rama robada. 

Nos recorremos y ya detenidos señalamos la urna 
y a las palomas grabadas en el aire escogido. 
Nos recorremos y la nueva sorpresa nos da los amigos 
y el nacimiento de una dialéctica: 
mientras dos diedros giran mordisqueándose, 
el agua paseando por los canales de los huesos 
lleva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso de la tierra 
que no está navegada, 
donde un alga despierta digiere 
incansablemente a un pájaro dormido. 
Nos da los amigos que una luz redescubre 
y la plaza donde conversan sin ser despertados. 

De aquella urna maliciosamente donada, 
saltaban parejas, contrastes y la fiebre injertada 
en los cuerpos de imán del paje loco 
sutilizando el suplicio lamido. 
Mi vergüenza, los cuernos de imán untados de luna fría, 
pero el desprecio paría una cifra 
y ya sin conciencia columpiaba una rama. 
Pero después de ofrecer sus respetos, 
cuando bicéfalos, mañosos correctos 
golpean con martillos algosos el androide tenorino, 
el jefe de la tribu descendió la escalinata. 
Los abalorios que nos han regalado 
han fortalecido nuestra propia miseria, 
pero como nos sabemos desnudos 
el ser se posará en nuestros pasos cruzados. 

Y mientras nos pintarrajeaban 
para que saltásemos de la urna cineraria, 
sabíamos que como siempre 
el viento rizaba las aguas y unos pasos seguían 
con fruición nuestra propia miseria. 
Los pasos huían con las primeras preguntas del sueño. 
Pero el perro mordido por luz y por sombra, 
por rabo y cabeza; de luz tenebrosa que no logra grabarlo 
y de sombra apestosa; 
la luz no lo afina ni lo nutre la sombra; 
y así muerde la luz y el fruto, la madera y la sombra, 
la mansión y el hijo, rompiendo el zumbido 
cuando los pasos se alejan y él toca en el pórtico. 
Pobre río bobo que no encuentra salida, 
ni las puertas y hojas hinchando su música. 
Escogió, doble contra sencillo, los terrones malditos,
pero yo no escojo mis zapatos en una vitrina. 
Al perderse el contorno en la hoja 
el gusano revisaba oliscón su vieja morada; 
al morder las aguas llegadas al río definido, 
el colibrí tocaba las viejas molduras. 
El violín de hielo amortajado en la reminiscencia. 
El pájaro mosca destrenza una música y ata una música. 
Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse, 
el bosque es para nosotros una serafina en la reminiscencia. 
Cada hombre desnudo que viene por el río, 
en la corriente o el huevo hialino, 
nada en el aire si suspende el aliento 
y extiende indefinidamente las piernas. 

La boca de la carne de nuestras maderas 
quema las gotas rizadas. 
El aire escogido es como un hacha 
para la carne de nuestras maderas, 
y el colibrí las traspasa. 
Mi espalda se irrita surcada por las orugas 
que mastican un mimbre trocado en pez centurión, 
pero yo continúo trabajando la madera, 
como una uña despierta, 
como una serafina que ata y destrenza en la reminiscencia. 
El bosque soplado desprende el colibrí 
del instante y las viejas molduras. 
Nuestra madera es un buey de peluche; 
el estado ciudad es hoy el estado y un bosque pequeño. 
El huésped sopla el caballo y las lluvias también. 
El caballo pasa su belfo y su cola por la serafina del bosque; 
el hombre desnudo entona su propia miseria, 
el pájaro mosca lo mancha y traspasa. 

Mi alma no está en un cenicero.

Jose Lezama Lima

martes, 10 de marzo de 2015

IMAGEN DE UNA ESQUINA

No se de quien es esta foto, me encontre esta imagen y rcorde esta vieja historia.


Aquella esquina tenia un olor característico, quizás por el orín de los perros en el poste, que se encharca en los adoquines cóncavos, creando una especie de mancha verde amarilla mugrienta y mohosa. Quizás por ser la esquina preferida de los borrachos del amanecer, donde vomitan soledades y alcohol. Donde escupe el que pasa en un sentido y pisa la escupida el que va al lado opuesto. Es en esta esquina donde las prostitutas de la noche esperan maquilladas y ansiosas a algún hombre sin rostro que las compre por un rato, dejando caer al suelo sus colillas nerviosas embarradas de carmín. Donde se detienen los cazadores a cazar, y donde mismo le rompieron a un vecino la cabeza para robarle la bicicleta, dejando una mancha de sangre en el piso que aun hoy perdura.

El caso es que tiene un olor característico, inconfundible, estoy seguro que si Patrick Süskind hubiera pasado por aquí, esta esquina fuera la protagonista de su novela “El perfume” Esta esquina revela toda la realidad y casi parece que la exagera, principalmente de noche, es cuando se percibe mejor este olor nauseabundo, al que además se le añaden las ratas y las cucarachas de las alcantarillas.
solo por las mañanas es una esquina común, ya que el sereno y el rocío que amanece entre la acera y las paredes agrietadas trae una frescura matutina que alivia.  

En esta misma esquina dos ancianos se toman de la mano, dos niños intercambian sus sonrisas, alguien recuerda las proclamas en el piso, y la mirada del oficial Batistiano clavándose en ellas, y después los golpes, las torturas, los barrotes. Dos jóvenes pasan de largo y se dan un beso apresurado, algún poeta se detiene a mirar no se que cosa en el asfalto, pasa un ciego golpeando las señales con el bastón y la aurora deja caer desde su balcón pétalos de flores blancas.


Aquella esquina tenia un olor característico, y digo tenia porque ya no existe, ayer llego la brigada de demoliciones y derrumbo las paredes, cambiaron las señales, la dirección de las calles, y comenzaron la construcción de una explanada que llaman parque, sin bancos, sin luces, sin jardines. La gente ahora pasa y ahorra camino atravesando por la hipotenusa, olvidando la aguda y torpe sensación de esquina.

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