En la gota amarga de una lágrima
naufraga Dios.
Los recien nacidos no distinguen más que sombras
reconocen a su madre por el tacto
por el olor, por el sonido,
antes que por sus ojos.
Los ojos del niño están llenos de lágrimas
y por ende están llenos de Dios.
Solamente llorando
puede verse el rostro de Dios.
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