La tarde se desangra sin quejidos
sobre el muro radiante de pobreza:
corteja los laureles, su tibieza,
arde en los mediopuntos malheridos.
Atrás quedan los últimos latidos
de la luz que murmura su pereza:
tras la rosa persiste la certeza
del dolor y la ausencia repetidos.
Ya Neptuno ha rendido su tridente
y la mar sus maneras desafina.
Ya se calla un balcón desmemoriado,
y se rasgan las sedas y las fuentes.
Mas la torpe belleza se avecina
en reguero de luz por Empedrado.
Francisco Morán (del libro Tolle et Lege, inédito)
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