el aliento a salitre oxida las rejas y las flores.
Sobre el infinito muro
reposa un joven con uniforme escolar,
del otro lado una mano dice adiós
dos manos dicen adiós y se las traga el mar.
Pasa en vendedor ambulante
y silenciosamente murmura su pregón
un auto muy antiguo pasa y salpica
a las personas que van por la acera descascarada,
el reflejo de la ciudad se descompone en el charco
se agita, se deforma, se mueve bajo las ruedas
al compás del grito de una palabrota
que rebota en el aire.
Pasa un perro que huele
orina en la señal de la esquina y sigue su camino.
El policía dice adiós a la mujer con rulos
el salitre en el aire empaña sus oscuras gafas.
Ahora sobre el muro se ha sentado
una pareja que venia caminando de muy lejos,
las manos que a ratos emergen del azul
ahora son puntos minúsculos en el horizonte.
El vendedor conversa con alguien
que ha detenido un auto también viejo.
Ahora el charco tranquilo disimula su presencia
las personas desconfiadas se alejan
hablan entre si pero igualmente vociferan.
El policía se ha detenido sobre el orín del perro
el reflejo de la ciudad huyo del charco
para quedarse en sus gafas oscuras quietas, impecables.
La mujer de los rulos entro por una puerta vieja y desaparece
una anciana negra se asoma a una ventana
el vendedor se monta al auto y se va murmurando
el perro ladra en la otra calle
el policía da la vuelta y vuelve a la otra esquina.
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