Navegando
en mis recuerdos
por
las aguas del Ariguanabo
viajaba
un barco de papel,
aun
corría limpia y cristalina
bajo
los puentes hacia el sumidero,
como
la vida misma corre
sin
regreso hacia su meta.
Las
casas humildes del pueblo
le
veían pasar y un framboyán
dejaba
caer en ceremonia
sus
diminutas hojas como confetis.
Por
las frías corrientes del Nevá
por
tanta majestuosa arquitectura
pasó
el pequeño navegante
bajo
la noche blanca,
siempre
buscando el mar.
Serpenteando
puentes
que
se abren en la puesta del sol
cada
escultura inmóvil le saluda
cada
farola inquieta dice adiós
quedando
atrás y lejanas
las
altas cúpulas doradas.
ya
padecía su presencia gris
apenas
flotaba en sus espejos la esperanza
fiel
reflejo de una ciudad apuntalada.
Del
mágico bosque que le arrulla
pasamos
en el velero imaginado
bajo
los arcos gigantescos del parque
donde
el eco de los niños nos
devuelve
una sonrisa en nuestros remos improvisados
putrefacto
de armonía
y de colores imposibles.
Cruzamos
entonces otra vez el ancho mar
el
limpio Manzanares desbordando
ternuras
de
nueva infancia en sus riveras
viendo
la felicidad en una familia de patos
que
juguetean en la orilla,
como
una fuente en medio del desierto
pequeño
mar que humedece
una
ciudad sin costas,
quijote
de cristal geografía del corazón
donde
todo lo que ausentas
te
penetra como un rayo que despierta.
Ahora
anclado en la tibia
transparencia
del Caloosahatchee river
con
los pies en el agua
y
sumergida la vida
en
el rastro inocente de un manatí
siento
que fluye de mi pecho
cada
gota de estos ríos
vecinos
eternos silenciosos
donde
navegan mis recuerdos
en
un pequeño y frágil
barquito
de papel.
Imagenes de los rios tomadas de diferentes sitios de la red.
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