un café endulzado con nostalgia
boleros primordiales, Maria Teresa Vera,
y canciones de Bola de Nieve.
Versos de Dulce Maria Loynaz
el Morro invencible en la pantalla
peces tropicales,
fotos de un pueblo descascarado,
Lecuona tocando a Lecuona
una frase de Martí.
El olor que asalta en una esquina
un adornito en el retrovisor
una voz retumbando en la radio
Carlos Embale y Beny Moré “que bueno baila usted”
tamales tostones y congrí
un disco de Silvio y Pablo
postales de navidades pasadas
postales de navidades por llegar.
Un libro mil veces maldito
el mapa de la ciudad
recorrido con tus dedos por sus calles
el aliento del mar
las bicicletas chinas.
El ron prohibido
un billete de diez pesos firmado por el Che
una moneda de 40 centavos
con Camilo velando tu suerte.
La foto de los abuelos muertos
Lazaro Ross cantando a capella
Carlos Varela lagrimas negras, Matamoros
poemas mulatos de Guillén
y Pedro Luis Ferrer.
Una playa del caribe
en las vidrieras de una agencia,
un vitral de colores
una caja de tabacos
la foto de una niña sentada sobre el muro
(el Morro al fondo)
el Cristo de la bahía
y la niebla del recuerdo pisando las aceras.
Cartas de amigos esparcidos
uno de Singapur
otro en Sicilia, otro en Paris,
Barcelona, Canarias, Madrid,
dos en Buenos Aires, uno en Venezuela
cuatro en Miami, alguien por Chile
México, Canadá, California,
Nueva York, Letonia, Pekín.
Cubanos de todos lados
que envían sus señales.
En el único clavo disponible
colgamos la foto de la catedral
con la gente en miniatura
vendiendo sus artesanías
bajo los paraguas de colores
a las puertas de Dios.
La negrita de trapo
se asoma desde los rincones del librero
mientras los libros dejan salir
el arco iris de sus paginas.
Un numero fijo en el teléfono
dulce de guayaba
la virgen con tres hombres a sus pies
uno reza y los otros reman, huyen.
El nombre del gato
la revista mil veces leída
la imagen en la camiseta.
un Quijote de barro habanero
portando por espada una bandera.
Es la añoranza,
con sus ojos de guano y su piel de yagua
tristeza de monedas de niquel
que nada valen en la acera de Wall Street,
pero en mi bolsillo suenan
con su
humilde musiquilla indiscreta.
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