jueves, 19 de febrero de 2009

OTRA VEZ TALLET

LA SEMILLA ESTERIL

 

El sembrador, mozuelo rebosante de dicha,
en el alba inefable, al huerto de la vida
salió a sembrar. Andaba con andar presuroso
y una extraña sonrisa le iluminaba el rostro, 
Llevaba su dorada simiente en áureo cesto
que sostenía firme contra el costado izquierdo;
y así, cuando arrojaba un montón de semillas,
del corazón tomarlas talmente parecía.
Sembró, sembró sin tregua todo su extenso campo,
sembrando día y noche, en tanto que los pájaros,
desde el bosque lindante, con sus diversos trinos  -amigos generosos- regalaban su oído.
Y mientras que sembraba su dorada simiente
la regaba gustoso con sudor de su frente.
Cuando hubo sembrado todo su campo extenso dio un grito de alegría y,
rompiendo su cesto,
se reclinó en la tierra -merecido descanso después de su continuo,
fatigoso trabajo-
para aguardar paciente la ansiada primavera  en que le fuera dado recoger su cosecha.
Vinieron las escarchas, emigraron las aves:
en el bosque, sin hojas se quedaron los árboles;
y llegaron las brumas, la, nieve y la furiosa desolación del viento.
Pasaron las auroras...
Volvió la primavera, las aves retomaron,
y en la siembra ni un grano había germinado:
y era la tierra sólo árido yermo donde alguno que otro cardo iniciaba su brote,
Afligido el mancebo le dio la vuelta al campo, regando nuevamente la siembra con su llanto.
Y tal era su angustia y tal su desconsuelo
que, apenadas, las aves su canto enmudecieron. 
Una vez más tumbóse el sembrador iluso a esperar el momento de recoger su fruto. Vio pasar siete veces la ansiada primavera, yen vano siete, veces esperó su cosecha...

 

...y solamente un yermo era su extenso campo, interrumpido atrechos por uno que otro cardo... El sembrador alzóse, y se fue,poco a poco,
y una extraña sonrisa le ensombrecía el rostro.
José Z. Tallet

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