domingo, 18 de diciembre de 2016

BICICLETAS

Las bicicletas fueron testigos de aquel amor. Incluso odiándolas dentro del amor que cada cual tenía por la suya. Era el medio de transporte ideal, no consumían energías costosas, permitía el ejercicio, no contaminaba el medio ambiente, y nos regalaba la posibibilidad de ir conversando durante el trayecto.

Se odiaban como es natural, por que nos las imponían, no teníamos opción, y cuando la cosa es por decreto ya no sabe tan dulce, aunque sea el más anhelado de nuestros sueños. Alguna vez más de uno tuvo la esperanza de tener una bicicleta. Yo por ejemplo, a eso de los 13 o 14 años, tuve la suerte de que una tía me regalara el derecho a comprar una. Fue mi juguete favorito por mucho tiempo, el pueblo se quedo pequeño para aquellas ruedas y aquellas piernas mías que pedalearon de una punta a la otra, desde la loma hasta el sumidero, desde la Quintica hasta la Punta Rosa.

Especialmente bajo la lluvia, montar en bicicleta tenia un encanto indescriptible por aquellos años. Ya después, cuando la bicicleta se convirtió en el único medio de transporte posible para desplazarnos, si además llovía, aquel encanto de la infancia se había evaporado completamente, y a las maldiciones diarias que rezábamos como zombis amaestrados, se sumaban ahora el estar empapados, y llenos de fango y lodo camino al trabajo, al cine, o a ver a la novia.

A diferencia de ciudades Europeas, la Habana no estaba preparada para un hormiguero de bicicletas locas en todas direcciones. No éramos Chinos, muchas bicis si, la mía además marca “Forever” marcándonos un adelanto de que en el tiempo que estaría aun por llegar, en el porvenir, en la eternidad, esa seria mi única, mi eterna manera de autotrasportarme..

Un payaso que además era ministro, por aquellos años dicen que hacia que lo vieran ir al trabajo en bicicleta, y detrás de el, la cabalgata de autos con escoltas, mas que dar el ejemplo, lo que hacia era el ridículo, cuando todos sabíamos bien, que tres cuadras mas adelante terminarían montando la bicicleta en el maletero y cerrando los cristales del auto blindado con aire acondicionado, para que el señor ministro no se nos contamine de pueblo. Al menos este hacia eso, los otros seiscientos nunca lo hicieron, ni ellos, ni sus hijos, ni sus amantes, ni sus secretarias, ni sus suegros, ni sus escoltas.

En fin, la bicicleta era ideal, aparecieron los parqueos, los parqueadores, los poncheros, los improvisados carriles o ciclo vías, autobuses que te cruzaban la bahía y podías llevar la bicicleta contigo. Aparecieron policías ciclistas, ancianas que nunca habían montado aprendían, llevando un temblor de aָños en el timón mezcla de miedo y baches, algunas con cierto ingenio tenían un triciclo, y así se convirtió en cuestión de unos pocos días la isla de Cuba en Hanoi, Ámsterdam, Berlín, salvando bien las distancias… y los paisajes.

Y ellas fueron testigos de aquel amor, no se sabe exactamente si se amaban los dueños o era un amor entre sus vehículos. Les vieron pasar cada día en la misma dirección, a la misma hora. Una junto a la otra. Testigos mudos de aquel amor sobre ruedas, metálico amor, de timbre y chirrido de cadenas oxidadas, cajas de bolas careadas, y gomas acaloradas sobre el asfalto gris. Las bicicletas fueron no solo testigos de aquel amor, fueron protagonistas, marcaban en las colas del agro mercado, encadenadas a la reja del jardín de la Alianza Francesa, asomadas al balcón, subiendo las escaleras, alucinantes, pisoteadas por la multitud en un concierto, silbando nuestras canciones, cruzando el puente de hierro.


Cargaron nuestros mejores sueños, el peso siempre liviano de nuestra juventud. Como todo en la vida, cuando miramos al pasado, y vemos tan distante y lejano lo que ayer nos carcomía, cierta nostalgia nos embriaga, y empezamos de algún modo a amar lo que fue odio, un odio que a su vez, entonces, también de algún modo fue amor, este mismo amor de ahora que tanto odiamos.  

Imagen de la bicicleta tomada de la red.            

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