martes, 30 de diciembre de 2008

AQUI TRAIGO A VIRGILIO


El poeta de bronce


Roto, dividido,

ciego, confundido,

paseo por el Prado

llevando de la mano

uno de los leones de bronce

que se limitan a ver pasar.


Como es de bronce, es dócil

este león de Nemea.

Si fuera de carne y huesos

ya me hubiera devorado.

Pero un león de bronce

jamás abre las fauces.

Con esfuerzo lo arrastro-- el bronce no camina --

y moribundo llego

hasta el poeta de bronce

que en sus manos sostiene

un libro también de bronce.


Por ser de bronce

no le es posible hablar,

ni mover la cabeza

por el mismo motivo,

ni mirarme a los ojos

porque el bronce no mira.


Y no obstante conoce

que hasta allí me he arrastrado

para implorar de su inmortalidad

el secreto de su inmovilidad,

y me dice en el lenguaje de bronce

-- funerario lenguaje de los poetas muertos --

que mi carne le entregue a ese león de bronce,

y que el león mi alma con su bronce reviste.


El poeta presencia la mutación insigne:

me moviliza el bronce y la fiera se anima.

Siento que Prado abajo carnicero me alejo,

y al mismo tiempo siento que eternamente verde,

voy a ser para siempre un león en el Prado,

arrogante, irrisorio,

sobre mi pedestal,

esperando que pase un poeta inquietante

que ha tenido el designio asombroso

de llevarme a morir

a los pies inmortales del poeta de bronce.


1978 Virgilio Piñera

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